Cuba

Hay unos rincones de luz que no me explicaste qué eran. Cómo se dormía una en ellos, cómo te arrullas entre el calor y la vida. Cómo se concilia el sueño si hay tanto despierto allá afuera. Te vi. No estabas cortando margaritas del jardín, tú eres una margarita. Durmiente de noche, alerta de día. Sobre la estancia de mi piel todavía se escuchan tus pasos, descalzos y arrastrados, lentos como el tránsito de un caracol. Yo de ti lo primero que vi fueron tus soles, tus azules y tus ojos. Ojos. En la inocente negritud de tus incendios, se esconde la luz y se esconde la sombra. Eres como un lienzo viejo, sucio y roído. Pero dispuesto. Al fin vacío al fin casi blanco. Te respiro porque tal vez desde siempre viviste en mis pulmones y todo lo que me vino de ti me cimbró, haya sido gris, haya sido rosa. Y de la caída de tus pétalos silentes yo hice una corona y con ella me paseé entre tus calles. ¿Te cuento un secreto? Y en el omega de tu estero me escuchaste. Nos hicimos cómplices en nuestras soledades. Nos hicimos amigos en nuestras tardes. Porque tú y yo somos de la tarde. Cuando las gaviotas regresan al nido, cuando se recogen las velas, cuando el amor busca cama para hacerse un sueño. Y caminé tus pasos y pensaba en tus revoluciones, en tus claridades y en tus voces sin sonido. Para entenderte me interné en tus mares. En tus verdes como mares. Una de mis lágrimas le dio más volumen a tus aguas y nos confundimos en el amasiato de los que están hechos de sal. Quería vivir entre tu turquesa aunque fuera un instante, aunque terminara con la risa del tiempo a la inversa. Te agradecí que me recordaras de dónde he venido y a dónde ya no voy. Me hablaste diciendo mi nombre fuerte y claro y al final de cada vez que lo nombrabas me decías: anda, sólo anda...avanza y anda. Que tú sola ya eres una revolución. Y conocí muchas voces, las altas orgullosas y las rabiosas disidentes. Y en cada una de ellas un espejo de las escamas de mi ser. En la genética retorcida de mi sangre se incendió algo como Santa Clara. Y todo ardía y ardía. Y yo me iba dejando en tu encanto...un poco negada...un poco cegada. Yo sé que si me suelto, me pierdo. Y me perdí. Porque llegaron las personas y los cantos, los nombres y las cuerdas. Y tu isla tomó forma. Con rostros y dientes, con sonrisas y mentones. Con pieles morenas, con acentos extranjeros y con un par de ojos verdes. Entonces la noche se hizo una con el día y yo nací esa madrugada para volverme un recuerdo. Uno de los más sólidos que habitarán tus tierras. Ésas, las de arenas e invasiones. Las que bajan de la Sierra Maestra. Bailamos, con la precaución del ya dolido. Que no me gustes tanto me decía a mí misma, mientras tú te vaciabas en mi oído. Y pegaste tu cuerpo al mío. Y en el silencio nos fundimos. Como el abismo del mar al nunca terminarse. La eternidad de lo fugaz. Yo supe que estabas sembrándome destino. Que con tu semilla vivamuerta viajabas por mi torrente sanguíneo. Yo quería decir tu nombre pero tú solo cantabas el mío. Y no me preguntas nada y de mi nada sabes. Una infamia. Pero así eres tú. Secreta secreto secreto secreto...silencio. Hagamos silencio. Pero yo escuchaba la bulla, las risas agridulces que esconden el hambre. Hambre de todo, insaciable, incansable. Y me ganaste porque tú y yo no somos diferentes. Chan chan chan. Chan chan chan. Tus tambores me claman. Y yo caigo vertiginosa en caída libre en tus labios delgados y firmes. Y me bautizas toda. Me haces una más de tus cuerdas. Ya me tienes. Chan chan El cariño que te tengo yo no te lo puedo negar. Y así fue y así es. Y es que sólo me faltaba besarte. Y esperar a los días del encanto y la magia, Yemayá meciéndome. Oshún, Oshún, Oshún. Y yo que nunca entiendo nada, ahora ya era nada. Y bajo tu sombra mi luz. Y en tu luz, abrazada mi sombra. Así es que nos buscamos un árbol en la noche para eclipsarnos con las estrellas. Qué bonitas son cuando se ven así, con tanta limpieza. Nombraste a una de ellas Daniela y seguramente antes se llamó Silvia, o Ana o Fernanda. Pero ahora era Daniela y era mía. Era mi estrella. Con ese suspiro pude llegar a tu centro. Ahí donde el abismo hace nacer las flores, de donde del lodo se tejen corazones y perlas. Blancas perlas en la espesura de la mojada tierra. En el malecón te grité los sueños truncos y seguí llorando todas las derrotas del mundo. Incluyendo la caída de nuestros tesoros y el levantamiento de miles de muros. Yo te pedí que me llamaras y entonces seguí caminando. Llegué hasta tus altares. Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia... Comandante, comandante, comandante. Aquí me tienes, usted a mí me mande. Pero no contestaste. Y recordé mi tierra que ya no es la nuestra. Y con los huesitos rotos del alma me pediste regresarme. ..................................................Pero no podía hacerlo sin antes entregarme. No con el vértigo del amor deseoso, ése el de agua y sales, el de gemidos y aplausos. El de respiración entre cortada. No ese no, que ese lo conoces bien. Me pediste entregarme como se prodigan los corales. Patria o muerte. Todo o nada. Nada o todo. Y me fui a buscarte. Allá en los ojos. En los verdes. Dentro de los mares. Y en el amor que me hiciste te prometí una victoria, sólo una, porque tal vez no logré mayores triunfos. Me enamoraste y te lo dije. Como se enamora el verdadero amorado, con la certeza de la catástrofe en medio de la belleza. Con la estupidez del defecto perfecto. Con el dejo a flor sobre la hierba picante. Con urticaria que se sana con el trazo de la saliva del amado. Y me hiciste tuya en tu puerto. Y te prometí el amor del viajero, el que no te olvida, pero no sabe cuándo regresa. Y la luna nos brilló muy fuerte. Te dejé lo único que es mío. Mi sonrisa. Y con eso sellé el compromiso amor. En ese último beso se condensaron todos los rostros ingenuos, las mentiras agresivas, los engaños sutiles, los enojos voraces, las luces por la noche, el hambre, el quiebre de las olas, las caminatas con y sin polvo, los arañazos y las tibiezas. Y deseé que nuestros ojos siguieran brillando, no sólo mañana, sino todos los días. Y te atrapé bien fuerte en el corazón y te hice una oración y un credo. Y partí con tu nombre en mis labios, le dejé mi último canto a La Habana y cuando mis alas abrían el retorno, con los labios cerrados y la frente encendida con tu estrella tornasolada icé tu nombre... Hasta pronto compañera... y con tu estrella tornasolada icé tu nombre y tu estela... Cuba, Cuba. Cuba. Cuba.

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