Rosa II
La rosa por ser la rosa se recuerda más, pero ella no es la única.
He de reconocer celosa, que sí de las más memorables.
Comencé a coleccionar flores secas o marchitas en mi adolescencia. Cada ramo que recibía adornaba con donaire y polvo un rincón de mi habitación.
Siempre he tenido esa clicheada y morbosa fascinación por la naturaleza muerta, que los románticos poseemos, en batalla a la vida por la eternidad.
La belleza no debería morir…pero morir también es un acto de sublimada belleza. A veces en lo inerte está congelada la perfección, inmutable, inmóvil. Destinada al tiempo.
No sólo rosas ya dije, guardé muchas flores secas que me recordaban a alguien…alguienes…y me convencí que personalmente y en específico las rosas me gustan más muertas que vivas.
Admiro su marchita dignidad.
Son como el rostro de mi abuela. Son como yo deseo envejecer.
El último ramo de rosas que conservo me lo ha dado una mujer, yo la nombré la Dama alce y con sus pisadas de roble, me entregó un ramo una tarde que parecía noche, una noche de esas mis tardes, una docena de razones para levantarme y sonreír.
Supe que siempre habría una rosa en el desierto,
y que ninguna tormenta como rosa que soy
me va ahogar.
Caña de Azúcar. Maracay. Venezuela. 19julio13
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